dimecres, 15 de juny del 2016

Teatralización

 
 
Teatralización

Amalia una anciana delgada, con el rostro muy pálido y lleno de arrugas, con los cabellos blancos, con una vestimenta de color negro y con un carácter demasiado antipático. Javier un niño joven, que le gusta mucho leer libros sobre fantasía y con un carácter simpático y alegre . Amalia está en una habitación pequeña, la anciana está sentada en una butaca antigua, a su lado hay una pequeña mesa donde encima de ella guarda los hilos y las agujas de coser, junto la mesa hay un sillón en que está sentado Javier.

AMALIA: ¿No ha venido tu prima Obregón? (Con una voz que pretendía firmeza pero sonó temblorosa.)
JAVIER: Se ha quedado en Villa Candelaria. ¿Puedo pasar? (La anciana se aparta de la entrada y echa a andar, renqueando, hacia la sala de estar. El entra en el piso, cierra la puerta y la sigue)
AMALIA: Mi hija ha salido (Se acomoda trabajosamente en su mecedora) así que, si quieres tomar algo, cógelo tu mismo de la nevera.
(Javier se sienta en una silla, muy erguido y un poco envarado).
JAVIER: No quiero nada gracias.
AMALIA: ¿No quieres nada? Entonces, ¿a qué has venido?
JAVIER: Usted los sabe
(La anciana titubea, como si quisiera decir algo, pero no se atreve ha hacerlo; el labio inferior le tiembla. Finalmente, agacha la cabeza y se suma en un negro silencio)
JAVIER: Fue usted, ¿verdad?
(Tanto tarda Amalia en responder que cree que no había oído su pregunta, o que no había querido oírla . Sin embargo, tras una larga pausa, musita:)
AMALIA: Sí, fui yo. (Respira hondo)
JAVIER: ¿Y por qué lo hizo? (La anciana levanta la cabeza y le dirige una mirada repentinamente desvalida)
AMALIA: Sabía que ibais a volver; lo supe el otro día, en cuanto os vi entrar en el bar. (Se encoge de hombros). Supongo que tarde o temprano, alguien tenía que descubrir mi secreto. Aunque bastante tiempo lo he guardado; un poco más y me lo llevo a la tumba. (Dejó escapar un largo suspiro). Tengo ochenta y seis años, niño; soy muy, pero que muy vieja, y hace tanto que sucedió aquello que ya casi ni me acuerdo. Pero no me arrepiento de nada, de eso bien seguro puedes estar. (Vuelve la mirada hacia el ventanal y la pierde en el azul del cielo; sin mirarle, prosigue) Aquella noche, la noche que se fugó la señorita Beatriz, yo la acompañé al puerto. Todavía recuerdo cómo se abrazaron ella y el capitán Cienfuegos, lo felices que estaban , los besos que se dieron... Justo cuando iba a embarcarse en el Savanna, la señorita recordó algo. Se acercó a mí y me dijo que había dejado olvidado el collar en el cajón secreto de su escritorio , y me pidió que lo cogiera y que se lo diera a su padre.
JAVIER: Pero usted no lo hizo.
AMALIA: No. Cogí el collar al día siguiente, lo guardé en una caja y no le dije nada a nadie.
JAVIER: ¿Por qué?
AMALIA: Ni yo misma lo sé... Al principio, lo único que quería era tener el collar un tiempo, y luego devolverlo. Era tan bonito...Pero los Mendoza lo reclamaron en seguida, incluso pusieron un pleito a los Obregón. Entonces caí en la cuenta de que escondiendo el collar podría vengarme de mis patrones, y eso fue lo que hice.
JAVIER: Vengarse de sus patrones... (Sorprendido por el rencor que destilaban las palabras de la anciana). ¿Tanto los odiaba?
AMALIA: Con toda mi alma. Eran malas personas, niño; gente pagada de sí misma y sin corazón. Y bien seguro puedes estar de que me alegré con cada uno de los males que sufrieron por lo que les hice. Se lo merecían, eso y mucho más.
JAVIER: ¿Y Beatriz? ¿No la apreciaba?
AMALIA: Claro que sí; la quería muchísimo, ya te lo he dicho.
JAVIER: Pero usted permitió que todo el mundo pensara que ella robó el collar. (Amalia tuerce el gesto y se pone a la defensiva)
AMALIA: La señorita consiguió lo que quería (objetó irritada). Se fue con el hombre al que amaba, a vivir en un país lejano. ¿Qué izo después con él? ¿Lo vendió?
(La anciana alza el bastón y descarga un fuerte golpe con la contera en el suelo)
AMALIA: ¡No me faltes el respeto, niño! (Exclama muy enfadada). ¡¿ Te crees que soy una ladrona?! Si me quedé con el collar fue para vengarme de los Obregón, no por dinero. ¡Claro que no lo vendí! (Javier alza las cejas).
JAVIER: ¿Qué hizo con el?... (Amalia se apoya en el bastón, se pone en pie y echa a andar)
AMALIA: Espera aquí. (Javier aguarda, puede que no más de cinco minutos; al cabo de ese tiempo, la anciana regresa con una caja bajo el brazo). Toma. Puedes devolvérselo a los Obregón, o quedártelo, o hacer con él lo que el que quieras. Yo ya no lo necesito para nada.(Javier desconectado, coge la caja y la examina en silencio.)
JAVIER: ¿Quiere decir que aquí está...?
AMALIA: Sí, ahí está. Llévate-lo de una vez, estoy hasta el moño de tenerlo. Y si los Obregón me denuncian a la policía, me da igual. Diles de mi parte que ya no son mis amos, que soy demasiado vieja y me importa un bledo lo que hagan. (Javier oye hablar a Amalia, pero apenas prestaba atención a sus palabras, todos sus sentidos están concentrados en aquella vieja caja de latón. Lentamente comienza a desatar los nudos que la mantenían cerrada).
AMALIA: ¡No la abras! Guardé ahí el collar hace setenta años y, desde entonces, no he vuelto a verlo.
JAVIER: ¿Por qué?
AMALIA: Porque quien evita la tentación evita el pecado. Ya ni me acuerdo de cómo era el collar, así que no se te ocurra abrir esa caja delante de mí (Le dirige una hosca mirada). Ahora, niño, lárgate de mi casa. Lárgate de una maldita vez y no vuelvas nunca.


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